Los saltos en determinadas alturas hicieron que sufriera por los aproximadamente 10 pequeños futuros skaters de entre 8 y 12 años, que entusiasmados gozaban cada movimiento como si fuera el ultimo, con ropa muy cómoda caracterizada por bermudas y una remera bastante más grande que la de su talle, acompañados con rodilleras coderas y casco, admiraban la destreza del profesor que amablemente permitió observar una de sus clases y que con toda seguridad dejaba entrever la confianza que hay que tener en uno mismo, lo que también implico la confianza de los padres de los alumnos para no presenciar las demostraciones.
Apoyada en una especie de red que determinaba una separación en el espacio utilizado por los chicos que patinaban y el resto que no lo hacía, pude observar uno que otro grafiti pintado en las paredes del indoor, que hacían referencia a un lugar de pertenencia y ese ruido de las patinetas deslizándose por las rampas y chocando sus ruedas contra el piso, rebotaba dentro del espacioso y encerrado lugar con un aroma a aserrín que me hizo recordar a la carpintería de mi abuelo Osvaldo.
La sensación en el ambiente no es más que un clima de buena onda y pasión por el deporte y generando un espectáculo muy llamativo y de un alto nivel de profesionalidad.
Por Georgina Acevedo
Foto: Juan Cruz Martinez
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